Leer a Philippe Claudel (Nancy, 1962) es adentrarse en una experiencia que nos envolverá con fragancias, aromas, sensaciones, emociones, sensatez y hasta sentiremos caricias de suaves texturas de prendas y abrigos en nuestro cuerpo.
“El sauvignon me traía a la mente prados en flor, ranúnculos, flores de azafrán asfódelos, primaveras eternas. Con los ojos cerrados me bebía una estación llena de frescor y savia en ascenso”, comenta Claudel en esta historia.
Desde el momento en que le conocí, en libros anteriores, no he dejado de leer cuanto publica, que a propósito no son muchos. Poco, pero contundente , el “menos es más” es una frase que se aplica ciento por ciento en sus relatos. Tampoco sus libros son largos y se leen de un tirón. Nos atrapa y envuelve desde su primera frase y ya no podemos soltarlo hasta tanto lo acabamos. Son expresiones de experiencias vividas y como tal, pocas palabras son suficientes.
Claudel, es un escritor de mi generación y creo que ello también influye en mi preferencia pues escribe casi para mi. Hasta coincidimos en algunos gustos puntuales de escritores, artistas como el fotógrafo brasileño Sebastiao Salgado, pues “estoy convencido de que debemos buena parte de nuestra construcción íntima y afectiva a los artistas que nos rodean”, comenta al hacer referencia a los artistas.
También su gusto para con el cine, con películas como el caso de La gran belleza de Paolo Sorrentino, así como también coincidimos en nuestro espíritu viajero tratando de acercarnos al lugar para pasar desapercibidos para vivir una experiencia lo más cercana a la realidad del lugar posible.
Le gusta hacer referencias a sus recuerdos gastronómicos de distintos platos y tragos que le vienen a la memoria tanto mental como gástrica, como las copas de spritz tomadas en Venecia o los chupitos de limoncello de la Costa Amalfitana, así como el café ristretto tomado a la mañana en alguna ciudad de Italia. Percibe la vida como si se tratara de un una película, y todo su alrededor forma parte de su gran escenario.
“Siempre me ha gustado que la vida se parezca al cine”, afirma, de la misma forma que el cine le parece un arte vinculado al devenir de la vida.
Tampoco, como a mi, le gusta visitar las ruinas. Será que preferimos la ciudad viva con su gente. Las ruinas son mejor disfrutarlas a través de buenas imágenes de libros adentrándonos en un mundo virtual que se logra con un buen libro o una película.
También por otro lado, las ruinas tienen un defecto: los turistas!. Cita lugares con características muy similares que denotan su sensibilidad y su poder de captación como son Lisboa, Venecia y Montevideo, tres ciudades otrora majestuosas devenidas con el tiempo con un espíritu lúgubre o nostálgico que las caracteriza.
El tema que le ocupa a Claudel en esta historia es su edad. Y como le afecta la muerte de un ser querido, cercano. Sí, como el bien dice, los cincuenta son la vejez de la juventud y los sesenta la juventud de la vejez y es en ese camino que nos vamos adentrando sin quererlo, donde las palabras enfermedad y muerte comienzan a sonar más en nuestro léxico mental y oral diario. Se nos van haciendo muy cercanas y hasta cotidianas. “Dejamos de vivir, pero en realidad también dejamos de morir, numerosas veces”, comenta en su relato.
“Los ojos son los mismos desde la infancia hasta la muerte”
La historia esta motivada a partir de la muerte de su mejor amigo, una persona que ha ocupado un lugar muy importante en su vida, más que lo que ocupan las esposas.
Me atrevo a decir que este libro es autobiográfico por el tenor de los relatos. Tanto Philippe como su amigo Eugéne, ambos de la misma edad, han compartido trabajo y a través de ello, llegó una amistad muy fuerte. Ambos con varios matrimonios, siempre con una pseudo libertad a la hora de amar, de ser, de moverse en la vida, lo que les facilita su estrecha relación en la que todo lo comparten y todo lo comentan.
Eugéne es su socio en la producción de las películas que surgen de los libros de Philippe y eso los lleva a viajar constantemente y como bien dice, “los viajes en pareja revelan manías y comportamientos del otro que la cotidianeidad disimula”.
Desde el momento en que su amigo le confiesa una enfermedad mortal que se lo lleva al año y poco y hasta pasado un par de años en que escribe este libro, Claudel no permite que su amigo se vaya, lo retiene.
“No hay muertos del todo muertos pues no estar en la vida no significa estar muerto”, afirma el escritor y ese pensamiento lo aplica en el caso de su compañero de vida.
Hay un paralelismo en esta historia con los ritos que realiza la tribu toraya que habitan en la isla Célebes en Indonesia. Allí, cuando fallece un niño, abren un hueco en el tronco de un árbol y depositan el cuerpito que luego sellan para que con el paso del tiempo, el árbol envuelva y lo incorpore a su savia, dentro de su corteza, por lo cual a interpretación de esta tribu, las almas de estos chicos renacen o continúan viviendo junto con el árbol.
Una forma de vivir la muerte un tanto peculiar, más para quienes pensamos diferente, pero el hecho logra un paralelismo que se aplica a esta historia. Claudel mete a su amigo dentro del libro a modo de retenerlo, para no permitirle morir, para no dejarle ir, manteniéndolo a su lado con una especie de respirador artificial, lo que hace de la historia un relato muy conmovedor.
Estos aborígenes tienen una relación con la muerte muy sangrienta, de más, así como también muy tragicómica. A la hora de fallecer una persona sacrifican varios vacunos haciendo un corte en el cuello del animal que se desangra en un espectáculo indigno de ver y van cayendo entre el barro junto con el resto de los sacrificados. Luego distribuyen las partes del cuerpo de la res de acuerdo a los rangos de sus adeudos y acreedores. Una vez finalizada la carnicería, cargan el cadáver del fallecido hasta unas montañas donde en grutas realizadas descansará eternamente, cuevas que luego son decoradas a modo de escenarios teatrales con imágenes talladas en madera que representan al fallecido. Y todo esto acompañado también de costumbres católicas como le lectura de pasajes bíblicos. Un rito , para quienes lo conocen, que revuelve el estómago y que incomoda a la hora de adentrarse en la referencia que hace esta historia en el libro pero respetando la decisión del escritor.
A Claudel no se le hace fácil continuar la vida con la ausencia de su amigo, haciendo un esfuerzo diario por tenerlo presente, tratando de que no se le desdibuje su rostro, no se olvide sus palabras, visitándolo sistemáticamente en su tumba para continuar manteniendo sus conversaciones habituales. Viviendo y sobreviviendo pues “vivir es saber sobrevivir y recomponer”.
Claudel es un filosofo a la hora de escribir, pero no por citar a los grandes filósofos ni a las distintas corrientes que no es su caso, sino que lo hace a través del análisis frente al espectáculo de la vida donde al igual que Montaigne afirma que “filosofar es aprender a morir» y que “lo difícil de no es la muerte sino el morir”, pues cuanta más información tenemos sobre nuestra desaparición, más tememos y más aún cuando se trata de la partida de nuestros seres queridos. Tememos más la desaparición de los otros que la nuestra.
Su relato es muy intimista a la hora de expresar sus sentimientos para con la partida indudable de su amigo. Muy humano así como muy respetuoso acompañándolo hasta el final analizando en el trayecto de la historia, lo que ha significado la amistad en su vida.
“Uno nunca sabe lo que es realmente para los demás, y algunos de mis mayores disgustos se lo debo a desengaños de este tipo”, escribe con la sensatez que le caracteriza. Conversaciones que ha tenido con Eugéne, donde luego necesitan días para ser elaboradas para “que las palabras del uno provocaran en el otro palabras que no expresaba hasta el siguiente encuentro”.
Convengamos que este no es el mejor libro de Claudel, pero se disfruta, se le respeta y se le acompaña en un momento de luto en su vida, con reflexiones dignas de leer. Ya todos quisiéramos tener un amigo como él, con esa sensibilidad y tacto a la hora de ser. A medida de que lo vamos leyendo, corren lágrimas por nuestro corazón y dan ganas de ir corriendo a darle un abrazo acompañándolo en el sentimiento de pérdida de ese gran amigo. También se convierte en un ser entrañable con el cual nos gustaría ser amigo suyo.
Y como le escribiera Eugéne en un libro que le regalara , “debería gustarte”, lo mismo escribiría yo a modo de dedicatoria en este libro tan intimista y conmovedor, no solo por la referencia a la muerte sino por sus reflexiones que le provoca la madurez en su vida.
¡ Sensatez! , sería la última palabra que escribiría para cerrar esta nota y como siempre afirmo con una frase de mi cosecha: sé consecuente en todo lo que hagas, que de esa forma nunca te equivocaras más allá de los resultados obtenidos.
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