Llegó a mis manos por varios lados. Una amiga escritora, buena lectora, me lo recomendó. Le di crédito, pues al igual que a mi, le gustan mas las novelas que los cuentos y tratándose de un libro de cuentos, me lo pienso antes de tirarme al agua.
Lo primero que atiné, fue escribirle a otra amiga escritora, muy lectora amante de los cuentos, para preguntarle si lo conocía, pues luego de haber leído “es uno de los mejores libros que he leído” por parte de mi otra amiga escritora y muy lectora, no tenía dudas de que debería de pasarle el dato.
“Claro que lo leí. Le regale uno a Nora (mi esposa) también”, me respondió.
No había dudas de que este libro debía de llegar a mis manos.
Soy reacio a los cuentos, pues me gustan mas las historias de largo aliento, aquellas que te abruman a los largo de los días, que te alegran los días, que te hacen llorar cuando el personaje fallece, o que te generan esperanzas o expectativas de vida, que te pintan de ocre y gris el día, así como te lo llenan de colores.
Los cuentos son una “eyaculación precoz” me aventure a opinar en un taller de literatura, pero mismo así y de la mano de grandes escritores que se han ido cruzando en mi camino, entre los cuales Julio Cortázar, voy adentrándome en el genero y disfrutando de los mismos.
“Aromas” de Philippe Claudel (Dombasle-sur-Meurthe, Francia, 1962) es un libro de cuentos cortos que hacen mención a los olores, fragancias que están presentes en cada momento de nuestra vida y no había tomado conciencia de ello, hasta que le comencé a leer.
El sentido olfativo creo que es del cual nadie podría prescindir, para disfrutar la vida, pues se puede ser ciego, mudo, pero no anósmico.
No debe de haber mayor satisfacción que oler un bebé, mas cuando es tu hijo, de cabo a rabo, tal cual, como siempre me ha gustado hacerlo.
Olerles el cuello a mis hijos, o las almohadas cuando les echas de menos.
“Los olores de los cuerpos de quienes se aman y han compartido las horas nocturnas, aunque separados por su solitario sueño”, como dice Claudel, que debe de ser lo primero que hacemos antes de levantarnos.
El aroma del jabón mientras nos bañamos, el shampoo, las tostadas, el café y si seguimos cada momento de nuestros días esta plagado de fragancias y perfumes.
Lo primero que hago cuando tomo un libro entre mis manos, es olerle las hojas al pasarlas rápidamente para que el mismo se decante, como un vino.
El perfume de los árboles, de los jazmines, de los tilos que nos remiten a recuerdos idealizados, a momentos de placer, de relax. Olores que nos traen recuerdos de otras vidas pasadas…
El olor a la nafta cuando cargamos los tanques de los coches, que tanto nos atrae.
La comida en la olla, el aroma del ajo recién picado, que me recuerdan a mis abuelos, un jardín luego de la lluvia que renueva mis energías y me hace sentirme mas cerca de la naturaleza, la ciudad en si con sus olores típicos.
La canela, que siempre me ha provocado sensaciones indescifrables y que tan sutilmente Claudel la define como “embriagadora música olfativa de invierno y fiesta, estupefaciente legal capaz de convertir en elegante y refinado hasta el dulce mas francés, aportándole realmente la belleza de un acento”.
Un aroma nos puede transportar de un estado al otro, del malo al bueno y viceversa y pienso en la albahaca, por citar solo uno de los aromas que me embriagan.
Todo nuestro días están plagados de aromas, ricos y de los otros, como dice Claudel en su cuento “Urinarios” que también nos da placer, el placer de lo auténtico, que él echa de menos en los urinarios actuales que son cabinas higiénicas, pues “quien entra a un baño público sabe que no va a una floristería”, pues esos aromas son el “espejo de lo que realmente soy”.
Tomé conciencia de lo apegado a los aromas que soy, aromadictico, se podría decir.
No hay cosa mas placentera que caminar por un campo oliendo la naturaleza, pues sin los perfumes, sin los olores, sin el olfato, la vida no tendría el mismo sentido.
Los invito a leer este librito y a modo de prueba, les copio un fragmento del llamado “Viaje”, no por que lo considere el mejor, sino por que me identifico totalmente pues yo actúo de la misma forma cuando llego a una ciudad y tomo sus palabras como propias, y por que también me da la posibilidad de publicar estas imágenes asociadas, tomadas con mi cámara.
Baudelaire – de nuevo Baudelaire – sabía perfectamente que un mundo puede caber en un frasco o esconderse entre los espesos rizos de una cabellera dormida. Y yo siempre llevo sus versos conmigo, como un vademécum mas útil que toda guía de viaje, de cualquier viaje, porque viajar también es perderse, desprenderse de lo conocido para renacer sin referencias y dejar que nuestros sentidos domestiquen la tierra….
Hay dos sitios que me atraen en especial, los primero que visito. La iglesia, si estoy en un país cristiano y el mercado.
La iglesia porque en ella siempre acabo encontrando el mismo olor a piedra fría, cera, mirra e incienso. En cierta forma, es mi casa portátil, mi hogar permanente, con su imaginería familiar, su paz y su silencio.
El mercado, porque en el huelo el alma de una tierra, la piel de su gente y los frutos de su trabajo en una mareante mezcla de repulsivos o deliciosos efluidos de grasa cruda o frita, toronjil y cilantro cortado zafiamente con tijeras, excrementos de pájaros cautivos y carne de reses recién sacrificadas, jazmín y pieles curtidas, azufre y canela, pétalos de rosa y entrañas, almendras naturales o tostadas, alcanfor, éter y miel, salchichas y menta, lirios, aceites, sopas y buñuelos, bacalao y pulpo, alfas secas y cereales…
Cerrando esta nota, de la misma forma que Claudel acaba su libro:
“Se que existí; lo sé por que sentí. Por eso sé también
que cuando ya no sienta, habré dejado de existir».
Giacomo Cassanova, Historia de mi vida
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