MARUBO: GUARDIANES DEL VALLE DE JAVARÍ
En el extremo oeste de la Amazonia brasileña, donde el bosque se cierra sobre sí mismo y el río Javari serpentea entre sombras verdes, viven los Marubo: un pueblo que conserva la memoria viva de los antiguos viajes hacia el imperio inca.
En sus mitos, los antepasados emprendieron largas travesías en busca de bienes, espejos, hachas, telas y metales, comerciando con los hombres del sol.
Su nombre mismo parece venir de allí, una posible deriva del quechua mayoruna, “pueblo del estero”.
Los Marubo, último grupo analizado por Salgado en este libro, habitan grandes malocas comunales, casas ovaladas que son cuerpo y cosmos al mismo tiempo.
En el centro de cada pueblo, una de esas estructuras reúne a toda la comunidad: el lado sur es el corazón del espacio, donde se reciben visitas, se discuten asuntos públicos y resuena el trocano, un tronco ahuecado que funciona como tambor, llamado de fiesta o alarma de emergencia.
En cada maloca hay un “dueño”, responsable de la casa y su equilibrio; su familia ocupa el espacio más cercano a la entrada, símbolo de protección y hospitalidad.
La sociedad marubo se organiza en dieciocho secciones con nombres de animales, y sus reglas de matrimonio entre “primos cruzados” revelan una lógica de equilibrio más que de prohibición. Los vínculos no se imponen: se tejen.
La poligamia, en su forma tradicional, no busca el exceso, sino la continuidad de las alianzas.
En el valle del Javari —una de las mayores tierras indígenas de Brasil, con 8,5 millones de hectáreas— los Marubo comparten territorio con los Korubo, Matis, Matsés, Katukina y otros pueblos aún aislados. Su población ronda apenas las dos mil personas.
A diferencia de otros grupos amazónicos, los jóvenes Marubo aprenden desde temprano a moverse entre dos mundos: la selva y el Estado.
Dominar el portugués no es rendirse, sino apropiarse del lenguaje del otro para sobrevivir. Muchos se convierten en traductores, mediadores o agentes de salud, sin perder la raíz de su identidad.
Cuando Sebastião Salgado los visitó en 1998 y luego en 2018, fue testigo de su resistencia ante una nueva amenaza: la hepatitis viral, que desde los años 90 diezma comunidades enteras en el Javari.
Sus retratos no muestran víctimas, sino guardianes de un territorio que se defiende con dignidad y conocimiento.
El universo marubo es una lección de coexistencia. En sus cantos resuena la certeza de que el bosque no se habita, se escucha.





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