Naturalmente aquel no sería un buen viernes para Mary.
La tarde anterior había avisado en la oficina que se lo tomaría libre. Despertó en su cama más tarde de lo habitual con una sonrisa y dejando que el sol bañara su cuerpo.
Era el día esperado y todo había sido preparado cuidando todos los detalles en forma minuciosa. No había recogido el gato que cuidaba su madre desde hacía un par de días a raíz de un viaje laboral que le había alejado de su casa. Estrenaría un vestido de seda corto que le marcaría su cuerpo. Siempre presumía de sus curvas a pesar que no tenía la altura acorde. También había escogido un conjunto de ropa interior nuevo. La cita era a la noche, pero no quería que nada ni nadie le diera motivo de preocupación.
El gato podría esperar.
¿Conseguiría llegar a la noche sin ninguna preocupación?.
Tenía un puesto de relevancia jerárquica en la empresa, siempre cargado de mucha responsabilidad lo que le generaba una tensión constante.
A pesar de sus 35 años aún vivía sola y eso la comenzaba a inquietar. Había tenido mucho éxito en su carrera y contaba con un buen pasar económico y gozaba del prestigio social acorde.
Su hermana, en cambio, había optado por otro camino y a pesar de ser un par de años menor, ya tenía su familia. Sus diferentes opciones de vida siempre habían sido motivo de discusión y celos. Mary no podía entender como su hermana se había conformado con una vida tan simple, casada con un empleado sin mayores aspiraciones de crecimiento. El tema era recurrente en casa de su madre, y las confrontaciones entre ambas eran constantes.
A media mañana sonó el teléfono. Era su madre.
–Seguro se trataría del gato –pensó, pero la noticia era que su hermana estaba esperando otro bebé. Mary respondió alegrándose a la vez que apretaba su puño tan fuerte que se quebraba una uña.
– ¿Por qué justo ese día que era el suyo, tenía que haber recibido esa noticia? – pensó fastidiada.
–Mami, hoy tengo una cita por lo que no tendré tiempo de pasar por casa a recoger el gato –fue lo último que comentó antes de cortar.
El fuego ya estaba encendido. La mesa tendida para dos. En el centro, un ramo de lirios. Tampoco faltaban las velas y las copas de vino blanco, pues habían quedado que él lo traería.
–Qué flores tan coloridas y perfumadas, –dijo en voz alta, mientras recorría todo el ambiente con su mirada. Intentaría ocultar el dedo de la uña rota.
La hora de la cita fue pasando lentamente y, cuando ya había transcurrido una hora, se sintió desfallecer. Debería de pensar una excusa para las chicas de la oficina a quienes había provocado con la noticia.
Ya estaba apagando todo, cuando oyó el timbre.
–¡Uf!, al fin se me dio –susurró.
Intentó calmar su ansiedad y desasosiego, respiró hondo y puso su mejor cara al abrir la puerta, la que cambió de forma drástica al momento de ver a su cuñado con el gato en la mano. Lo hizo pasar y sintió un gran escalofrío en su cuerpo mientras él observaba la mesa del salón.
–¿No quieres tomar asiento? –le preguntó, –Aprovecha que viniste y bebemos algo, –le dijo mientras se desprendía sutilmente un botón del escote de su vestido.
–No, gracias, –respondió él –me están esperando en casa para celebrar la noticia.
–Ah, sí, por supuesto. ¡Enhorabuena!, me había olvidado.
Lo acompañó a la salida y luego de cerrar la puerta, se desplomó envuelta en un profundo llanto.



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