Ayer analizamos este artista dentro del programa correspondiente.
A partir de su participación, el arte adquirió un sesgo diferente dando cabida a la incertidumbre de las imágenes y de las palabras.
Un genio creativo que flitreó con la vanguardia parisina durante tres años para regresar a su Bélgica natal donde vivió toda su vida.
Traumatizado por el hallazgo de su madre muerta flotando en el río Sambre con su camisón cubriéndole la cara, desarrolló un estilo de pintura tergiversando la realidad en forma constante.
Seguramente que si se hubiera psicoanalizado nos hubiéramos perdido su genialidad creativa que usó para superar el trauma.
Magritte irrumpió para quedarse en forma definitiva motivando y marcando tendencia dentro de una escuela que hoy día ha renacido a través de la fotografía.
El encuentro en 1922 con la obra “La canción de amor” (1914) de Giorgio de Chirico (1888-1978), creador de la Escuela Metafísica, le abrió la puerta a su mundo mágico donde genera una obra diferente en la mente de cada uno de sus espectadores.
Sitúa sus composiciones en diferentes planos que dan cabida a las ideas de sus personajes así como al inconsciente colectivo jugando con la luz desde la sombra y viceversa.
Un artista que no cansa verlo y sorprende más con lo que nos priva de ver.
Convierte a cada espectador en un creador distinto.
El arte está en nosotros y su obra es solo un hilo conductor para nuestra imaginación.




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