Instancias Viajeras: Tragic Kingdom

Kissimmee, Estados Unidos.

Hoy día vivimos más dentro de una pantalla virtual que dentro del mundo real.

También solemos confundirnos con mayor asiduidad cuando cambiamos de un escenario a otro.

Las evasiones del mundo real han sido una constante desde la aparición de la literatura donde el hombre ha buscado habitar escenarios diferentes a los propios. Las novelas siempre han sido un gran escape y desde inicios del siglo veinte, las artes plásticas también han aportado su cuota evasiva, ámbito ideal para el refugio de los artistas donde suelen refugiarse y protegerse del mundo real el cual les resulta difícil de habitar.

Otra forma de transitar en un mundo virtual mágico son los parques de diversiones desarrollados a partir del ingenio creativo de Walt Disney (Chicago, 1901-1966).

Son una excelente oportunidad de experimentar un mundo fantástico palpable, formando parte de un complot armado para trasladarnos a un escenario mágico donde habitan seres extraordinarios como los personajes de los dibujos animados.

La excusa es llevar a los chicos, pero también los adultos solemos disfrutar de horas de juegos e irrealidades que nos trasladan a otra dimensión.

Solo hay que dejarse llevar y formar parte de la propuesta.

En mi caso he viajado a Kissimmee en varias oportunidades, solo y luego con la familia con nuestros hijos chicos y también con ellos mas grandes.

Cada vez que vamos y luego de varios días, uno queda agotado, más bien saturado de tanta ficción y luego de cada viaje me prometo no regresar mas. Pero conociendo las reglas del juego y dispuestos a pasar momentos divertidos y evasivos, las ganas de regresar nos toman nuevamente con sorpresa.

En una ocasión cuando nuestros hijos tenían 6 y 4 años, fuimos los cuatro a pasar unos días complementando con el típico paseo por la costa en coche hasta Miami.

Estando en Magic Kingdom, el parque más apropiado para los chicos, nos ocupábamos de que participaran en todos los juegos acordes a sus edades.

Mi esposa, de generosa predisposición, estaba siempre atenta a atenderlos, a cargar con sus abrigos, mochilas y compras y mientras los chicos participaban de los juegos junto conmigo, ella nos esperaba afuera.

Luego de unas cuantas horas, buscamos un juego que pudiéramos participar todos y que a ella le gustara, o sea que no le diera miedo.

Para ello escogimos la montaña rusa “Big Thunder Mountain Railroad” de inocente apariencia ya que desde el frente solo se pueden percibir los carritos que levemente van recorriendo los rieles.

Seguramente ha sufrido cambios pues no tenía el mismo aspecto de hoy día y tampoco tenía una locomotora al frente de los carritos.

Tampoco eran épocas en que se tomaban tantas fotografías pues aun no existían las cámaras digitales y no estábamos constantemente registrando todo lo que hacíamos durante el día para subirlo a las redes.

El hecho está en que yo me senté en el primer vagón con uno de los chichos y detrás mi esposa con el otro.

El carrito fue tomando una velocidad que parecía que los chicos iban a salir disparados hacia los costados por lo que los sujetábamos lo más que podíamos preocupados por ello.

-Para que te habré hecho caso, – era lo que constantemente oía de mi esposa.

Estando en la parte más alta y a punto de descender en picada, el carrito se frenó dándonos oportunidad para tomar aire y prepararnos para la caída. El tiempo se fue prolongando más de los habitual.

Yo ya estaba nervioso y con ganas de bajarme cuando comenzaron a informar por el alto parlante que el juego había sufrido un desperfecto y que debíamos de abandonar los carros con sumo cuidado.

Temíamos que en el momento de pararnos el carro cayera por el riel hacia abajo. Luego de un rato de duda y haciéndonos de coraje cargamos los chicos y las mochilas como pudimos y fuimos bajando por la infraestructura metálicas de la montaña rusa.

Al momento de pisar terrenos firme, comenzamos a aflojar los nervios y cuando llegamos a la salida mi esposa se desvaneció.

Nos alegramos de haberlo logrado y luego de tomar aire y renovar nuestro ánimo, seguimos andando buscando la próxima diversión.

Nadie vino a pedirnos disculpas ni a preguntarnos cómo nos encontrábamos.

Tampoco se nos dio por realizar reclamo alguno. Pienso que bien nos podrían haber indemnizado con entradas para otros parques.

Eran otras épocas y habíamos ido para pasarla bien fundamentalmente para generarles momentos divertidos a los chicos.

Cada tanto recuerdo esta instancia y la comento temiendo algún día se me vaya confundiendo con un sueño, con una irrealidad creada por mi imaginación pues me cuesta creerlo y es por eso que he decidido plasmarla en este relato.

Hemos vuelto a Orlando y seguramente volvamos a ir buscando ese tránsito a un mundo de ficción que también es válido pues la vida hay que llevarla adelante con diferentes matices.


Publicado

en

por

Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *