Honolulu, Hawái.
En 1996 llevamos a cabo un viaje con Norita por toda la costa oeste de Estados Unidos. El itinerario incluía Los Ángeles, Santa Bárbara, Malibú para visitar el Museo Paul Getty, Solvang, San Francisco (San Francisco Museo de Arte Moderno, incluído), Sausalito, Yosemite Park, San Diego, Las Vegas, Cañón del Colorado y Hawái.
La partida fue difícil. Valentín tenía cuatro meses y Norita casi se regresa desde el aeropuerto antes del embarque.
Habíamos dejado todo muy bien armado con la empleada, mi madre y su hermana que se mudaron a casa.
Para convencerla y mimarla a Norita, coordiné un super viaje alojándonos en hoteles de cinco estrellas.
Esta Instancia Viajera le dividiré en dos partes dignas de recordar.
Una fue esta y la otra es cuando conocimos a Tom Cruise, que será motivo de otro relato.
La consigna del viaje era mantener a Norita ocupada sin oportunidad de extrañar a sus polluelos que no le gustaba dejar, razón por la cual nunca llegamos a Las Vegas.
Cuando llegamos a Yosemite Park luego de horas de coche en autopista, la siguiente parada era Las Vegas a casi seis horas de coche. La vi muy difícil puesto implicaba muchas más horas de una ruta que cada vez nos alejaba más de los chicos. Por tal razón luego de visitar el parque, regresamos a la costa. Las Vegas y el Cañón del Colorado aun esperan al menos por mi.
Luego de todo el periplo terrestre, nos tomamos un vuelo dede Los Ángeles con destino Honolulu. Tantas horas volando y en pleno día daba oportunidad de extrañar a los chicos. –Nunca más vengo, –aun le oigo decir.
En Honolulu, nos alojamos en el maravilloso Sheraton Waikiki Hotel sobre el mar. Desde allí recorríamos toda la isla en coche visitando el resto de las playas.
–Vayamos a un mall, –me dijo Norita en una tarde y allá atravesamos toda la isla para llegar al Hawai’i Kai Towne Center, el mejor que nos habían recomendado a poco más de una hora de nuestro hotel. Eran épocas en que los turistas debíamos hablar con los parroquianos, a falta de aplicaciones y GPS, gracias a Dios.
Entre todos los locales que recorrimos, donde obviamente hicimos algunas compras, Norita le echó el ojo a un cochecito de bebé particular con lugar para dos chicos. La parte de atrás tenía un asiento donde también podría ir uno de los dos parados.
–Ideal para los paseos por la rambla, esto en Montevideo no existe , –me comentó al pasar a lo cual yo asentí sin ser consciente de mi aprobación. Nunca se me hubiera ocurrido comprar un cochecito de bebé en Hawai.
Procuré disuadirla y seguimos el paseo durante el resto de los días.
El hecho está en que mirando un espectáculo de bailes típicos, donde una de las bailarinas me invitó a participar, al momento de regresar junto a Norita esperaba que me dijera lo lindo que había bailado, por lo cual pegué mi oreja a su boca.
Sorpresa me llevé cuando el esperado elogio fue sustituido por – ¿a qué hora sale el vuelo mañana?, ten en cuenta que debemos regresar al shopping por el cochecito.
Me costó creer pero el viaje ameritaba otro mimo más. Haber llegado hasta allá había sido toda un proeza, por lo cual cargamos con ese paquetón que hizo feliz a los chicos y fundamentalmente a Norita durante tantos años mientras se paseaba por la ramblas montevideanas.
¿Cómo podría haberme negado?…




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