Tarsila do Amaral

En una estupenda y artística edición, el catálogo de la artista brasileña con mayor difusión internacional, editado por Fundacion Juan March en Madrid en 2009, reúne amplia información de Tarsila Do Amaral abarcando biografía, obras, manifiestos, testimonios del Brasil de vanguardia, críticas sobre sus trabajos, opiniones de sus contemporáneos y algo que llama la atención por lo poco conocido que es su faceta como cronista de cultura que desarrolló entre 1936 y 1939 publicadas en el Diario de Sao Paulo.

El catálogo reúne notas de cuatro destacados críticos como Haroldo de Campos, Juan Manuel Bonet, Jorge Schwartz y y fundamentalmente de Aracy Amaral, familiar suya, y su principal biógrafa, siendo una de las principales críticas de arte de Brasil.

Asimismo, de carácter muy enriquecedor, son los testimonios dados por sus colegas y amigos como lo fueron Mario de Andrade, Oswald de Andrade que no tenía parentesco alguno con Mario, Antonio Ferro, Emiliano Di Cavalcanti, Sergio Milliet, el artista Lasar Segall, el poeta suizo Blaise Cendrars, así como las apreciaciones de su amiga mas cercana como fuera la artista Anita Malfatti, entre otros.

La historia de la vida de Tarsila es fascinante. Habiendo sido educada en un ámbito elitista estrictamente de sesgo europeo, es a partir de sus viajes a Paris fundamentalmente, que descubre su amor y compromiso intrínseco para con su país, convirtiéndose en una gran luchadora y defensora del arte brasileño para colocar con orgullo a Brasil dentro del mapa internacional del arte.

Tuvo varias parejas incluyendo dos matrimonios. El primero lo contrajo siendo muy joven, casándose con un primo de su madre con quien tuvo con 20 años a su única hija, Dulce. Luego de adulta, ya con la capacidad de escoger y con las ideas mas claras, contrae matrimonio con el poeta Oswald de Andrade (Sao Paulo, 1890-1954) con quien formará una dupla con gran trascendencia en Europa bajo el seudónimo de “ Tarsiwald” como los denominaba Mario de Andrade, poeta y amigo allegado a ambos.

Tarsila nació en Capivarí, Sao Paulo, el 1 de setiembre de 1886 dentro de una familia patricia, propietarios de varias haciendas cafeteras donde su abuelo era conocido como “O Milionário”. A pesar de haber tenido una educación estricta y burguesa, su formación también estuvo matizada por anécdotas que oía en la cocina de su casa sobre historias de hechizo de antiguas esclavas que habían trabajado en sus haciendas y que fueron las que la acercaron al Brasil profundo con sendas raíces africanas.

Luego de haberse divorciado de su primer marido, viaja a París con su hija a quien deja en un colegio de internado en Londres y se dedica a formarse artísticamente junto a la vanguardia de la época, descubriendo la “picturalidad” (pintura literal) a través del cubismo.

En esas idas y venidas desde París, Tarsila se va encontrando consigo misma lo que la lleva a escribir en una carta fechada el 19 de abril de 1923 dirigida a sus padres desde Europa: “ Cada vez me siento mas brasileña: quiero ser la pintora de mi tierra. Qué gratitud siento por haber estado toda mi infancia en la hacienda. Las reminiscencias de esa época se me van haciendo preciosas. Quiero, en el arte, ser la cairpirina de São Bernardo, jugando con muñecas de matorrales, como en el último cuadro que estoy pintando”.

A través del contacto con el poeta suizo Blaise Cendrars (1887-1961), el matrimonio se va a relacionar con grandes influyentes pensadores y artistas entre los cuales se encontraban Fernand Léger, Albert Gleizes, Constantin Brancusi, Jean Cocteau, el músico Eric Satie, Giorgio de Chirico, Robert y Sonia Delaunay, Juan Gris, Pablo Picasso, el uruguayo Jules Supervielle, Ramón Gómez de la Serna, la embajadora de Chile en Francia Eugenia Errázuriz, entre otros.

También frecuentaron con los brasileños Anita Malfatti, Villa-Lobos, Vicente do Rego Monteiro, Di Cavalcanti, Sergio Milliet, Ronald de Carvalho, Paulo Prato y con la gran dama de la vanguardia paulista, mecenas y coleccionista de gran prestigio como fue el caso de Olívia Guedes Penteado (Sao Paulo 1862-1934), quien bien se merece una nota aparte.

Entre 1922 y 1924, Tarsila estudia en Paris con André Lhote, Fernand Léger tomando clases con Albert Gleizes y María Blanchard, quienes la acercan al cubismo. A su criterio, abordar el cubismo era una materia obligatoria a la cual hacía referencia como un “servicio militar” que todos los artistas modernos debían transitar.

París estaba harta del arte parisino y la llegada de la brasileña con su pintura tan fresca y colorida que había aplicado a su formación cubista, fue muy bien recibida.

Es partir de un viaje en 1924 con Cendrars invitado por Paulo Prado, con quien visitan el carnaval de Río de Janeiro y fundamentalmente en Semana Santa la zona de Minas Gerais, donde Tarsila descubre los ancestros nacionales plasmando toda esa temática tan colorida que le había sido prohibida durante su educación. El viaje lo realizan junto a un grupo conformado también por Olivia Guedes Penteado y Oswald, entre otros, y esa experiencia le cambiara la vida.

A partir de ese periplo va a asimilar al paisaje brasileño con orgullo y pertenencia, convirtiéndose en temática central de sus pinturas, generando también visibilidad a los indígenas de Brasil.

De allí surgiría el “Manifiesto da Poesía Pau Brasil”, redactado por Oswald que fue motivo de inspiración recíproca para las obras de Tarsila.

Luego de dos importantes y destacadas exposiciones que realizara en Galerie Percier en Paris, donde obtuvo excelentes críticas y a instancias de su amigo Mario de Andrade, Tarsila decide regresar a Brasil donde se radica y comienza a trabajar dando visibilidad a sus trabajos con detalles autóctonos de su país con una gama de colores hasta el momento mal vista en el ámbito artístico.

A partir de un cuadro que pinta y obsequia a su marido, surge uno de los movimientos de arte mas destacados de Latinoamérica.

El 11 de enero de 1928, Tarsila obsequia a Oswald con motivo de su cumpleaños, el cuadro que llamara Abaporu, (hoy día forma parte del acervo del MALBA de Buenos Aires) a partir de la definición del término que rescata de un diccionario antiguo de su familia donde se traducía como “hombre que como a hombre”, en lengua tupí-guaraní.

Oswald queda impresionado y junto con Raul Bopp y Antonio de Alcântara Machado, elaboran una postura artística literaria que luego plasmarán bajo el Manifiesto Antropófago que publican en la Revista de Antropofagia en mayo de 1928.

“Me salió un cuadro monstruoso que yo misma no sabía como había hecho, no sabí por que había hecho eso, me pareció algo monstruoso… era una cabecita pequeñina, con aquellos pies enormes, sentado en una superficie verde”, decía Tarsila, siendo consciente que de niña había compartido instancias con “negras viejas” (sic) que vivían en la hacienda quienes les contaban historias de terror.

Luego de la crisis de 1929, la familia Do Amaral, perdió su fortuna y Tarsila coqueteó con el comunismo a partir de un vínculo sentimental que tuvo con quien fuera su psiquiatra Osório César, con quien viajó a Rusia.

Dos aspectos a destacar en la artista más allá de su archiconocida obra que le diera visibilidad internacional no solo a ella sino al Brasil entero.

La faceta de coleccionista con obras de Constantin Brancusi, Giorgio De Chirico, Robert Delaunay, Juan Gris, Fernand Leger, Mijael Larionov, André Lhote, Joan Miró, Amadeo Modigliani, Francis Picabia y Pablo Picasso, entre otros, conjunto de obras que llega a exponer en Brasil y que hoy forman parte de acervos de importantes museos internacionales.

Por otro lado, su perfil de redactora de notas culturales que revela una exquisita, pulcra y detallista escritora, dando cuenta de la situación que atravesaba el arte y que percibía a través de sus viajes en Europa.

Sus notas de gran deleite, nos acercan a un plano mas íntimo de lo que fueron esos años efervescentes de la vanguardia parisina, donde Tarsila denota una gran capacidad de análisis así como una excelente desenvoltura literaria.

Sus notas recorren los talleres de Picasso, cuando en 1923 aun no era tan famoso y Tarsila lo analiza como un artista más de la vanguardia. Obviamente no faltan las revisiones a las obras de Leger y de Lhote con quienes se formó.

Asimismo la nota que le dedica a Henri Rousseau, el aduanero, ya fallecido en ese momento, es de un tenor especial, tratándose de un artista con quien se le ha relacionado por la similitud de la temática de sus obras.

En sus paginas también revisa la obra de Brancusi, Robert Delaunay, Le Corbusier, el poeta de los jardines como ella se refiere al hablar de Roberto Burle Marx, quien a su criterio se ocupa de las vestimentas de la arquitectura.

Una nota muy particular le dedica a Pierre Legrain, famoso por sus encuadernaciones de libros a los cuales convertía en obras de arte, así como los marcos para los cuadros tan demandados en la época y que Tarsila también supo usar para los suyos, siendo blancos de críticas ya que algunos objetaban que competían con las obras.

Tampoco faltaron las notas referidas a las manifestaciones populares brasileñas como el carnaval o la floresta típica del país.

De no haber sido una artista con gran visibilidad, sus textos que dan cuenta de un ojo crítico muy entrenado, también la podrían haber llevado a lograr un reconocimiento internacional en la materia.


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