“Hay tres cosas que cada persona debería hacer durante su vida: plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro”, lo afirmó el escritor José Martí y la frase se popularizó. Algunas personas la han adoptado como lema de vida.
Margarita Azpiroz (Montevideo, 1942), Belcha para sus amigos, ha cumplido con ello.
De profesión contadora pública, Margarita desde muy joven también supo darle cabida al arte promocionado artistas que llevaba invitados a Rivera, ciudad que la acogió a partir de una propuesta laboral que recibiera su esposo.
Con una personalidad muy inquieta, siempre ha estado atenta a las diferentes señales que la vida le ha propiciado.
Luego de haberse formado en diversos talleres literarios, y producto del encierro a raíz de la pandemia del Covid 19, Margarita se dio el espacio y tiempo de reunir en escritos, la historia de su vida y atravesando el espejo cual Alicia, y sin conejo, acompañada por un gato negro, visitó un mundo mágico, pleno de energía, con sus alegrías y dolores, como expresa en el prólogo.
El relato que luego llegó a manos de la editorial Fin de Siglo y fue seleccionado para ser impreso en formato libro, da cuenta de su sensibilidad literaria.
La historia abarca la vida de su familia desde que sus ancestros llegaron a Uruguay provenientes de España en el siglo XIX.
La diagramación de la misma, decanta tintes de Gabriel García Marques con “Cien años de soledad”, libro que por cierto la escritora nombra, así como también nos recuerda a “Pedro Páramo” de Juan Rulfo, mas allá de algunos de sus escritores preferidos que la inspiran como son el portugués José Luis Peixoto y la americana Lucía Berlin.
El hecho de mezclar espacios de tiempo que va intercalando en la medida de sus necesidades, así como el hecho de dar voz a su abuela desde ultra tumba, logra posicionar a la novela en ciertos pasajes dentro del realismo mágico.
Azpiroz escribe a través de varios protagonistas y en diferentes espacios de tiempo. Unas veces le da la palabra a su abuela Carmen, quien tanto incidió en su vida, otras habla de sí misma en tercera persona y a veces lo hace en primera persona bajo el seudónimo de Belcha.
Todos estos variados tintes generan un encanto especial a la hora de leerlo.
El libro es producto de instancias vividas, otras relatadas y algunas imaginadas que también son valederas, pues cada uno se mune de lo que necesita para conformar su vida.
En estos días también leí el cuento “La culpa es de los tlaxcaltecas” de la mexicana Elena Garro quien también intercepta la realidad con un pasado remoto imaginario que hace suyo, lo que me propició un mayor acercamiento al libro de Margarita.
La novela no relata nada extraordinario, mas allá de tratarse de la vida de una persona descendiente de europeos, como tantos uruguayos, que han vivido diversas vicisitudes algunas alegres y otras amargas.
Bodas, nacimientos, fallecimientos, decepciones, así como instancias alegres de la vida, colman las páginas de esta novela que no deja de ser aplicable a muchas de nuestras vidas donde en algunos pasajes nos vemos reflejados.
Belcha ha sido una mujer aguerrida que luchó con “uñas y dientes” para llevar su vida adelante. Dejó sus estudios universitarios para seguir los pasos de su esposo, tuvo tres hijos y luego de criarlos retomó su carrera. Le tocó divorciarse y luego de acompañar al lecho de muerte a una de sus mejores amigas, terminó contrayendo matrimonio con el viudo, conformando una familia ensamblada compuesta por seis chicos, los tres suyos y los tres de su marido que adoptó como propios.
A partir de su nueva vida acompañada también por las inquietudes culturales de su segundo esposo, junto a algunos amigos, y a través de la Agrupación Universitaria, comenzaron a llevar a Rivera obras de teatro, conciertos y charlas de interés general en plena dictadura militar.
Si bien uno de sus nietos le dijo que a su libro le faltaba el enganche inicial, en mi caso logró atraparme en la primera pagina.
Belcha estaba interesada en que yo lo leyera y opinara al respecto, cosa que le agradezco.
Entiendo que la historia puede no ser interesante para un joven, pero para quien peinamos canas, es un análisis reflexivo de vida que nos ayuda a procesar también la nuestra.
Como bien dice Belcha “uno envejece distraída” y tomamos conciencia de nuestra edad avanzada cuando recurrimos en forma mas asidua al pasado, tratando de frenar el paso del tiempo.
Luego de una larga vida llevada a cabo en Rivera y de su segundo divorcio, Belcha se mudó a Montevideo, donde vive en su apartamento rodeada de su plantas, libros y su gato, atenta a sus hijos y nietos, sin descuidar sus inquietudes sociales y culturales, que nos llevaron a conocernos.
Un libro la lleva al siguiente y Belcha ya ha escrito dos mas, que seguramente en breve veamos impresos.
En su ámbito personal Belcha escucha “la música que me retorna a la calma. Me tomo mi tiempo para escuchar otras voces; recrear otras escenas. Los objetos también necesitan quietud y silencio”.
Convive también con sus muertos quienes no dejan de susurrarle al oído, como es el caso de su abuela Carmen que tanto la ha marcado.
Y como bien se pregunta al final de su novela: “¿Que hay de cierto en mi memoria? Yo no sé”, pues la vida es un cúmulo de vivencias, recuerdos e imaginación y allí radica el quid del asunto, donde cada uno la adorna como sea necesario de acuerdo a sus convicciones y necesidades.
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